(SEMESTRE: AGOSTO 2014 - ENERO 2015)
LECTURA 1, PARCIAL 2
Los
hijos de la Malinche.
¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la Madre. No una
Madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones
mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la "sufrida madre
mexicana" que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha
sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en
el verbo que le da nombre. Vale la pena detenerse en el significado de esta
voz.
En la anarquía del lenguaje en la América Española, Darío
Rubio examina el origen de esta palabra y enumera las significaciones que le
prestan casi todos los pueblos hispanoamericanos. Es probable su procedencia
azteca: chingaste es xinachtli (semilla de hortaliza) o xinaxtli (aguamiel
fermentado).
En México los significados de la palabra son
innumerables. Es una voz mágica. Basta un cambio de tono, una inflexión apenas,
para que el sentido varíe. Hay tantos matices como entonaciones: tantos
significados como sentimientos. Se puede ser un chingón, un Gran Chingón (en
los negocios, en la política, en el crimen, con las mujeres), un chingaquedito.
(silencioso, disimulado, urdiendo tramas en la sombra, avanzando cauto para dar
el mazazo), un chingoncito.
Pero la pluralidad de significaciones no impide que
la idea de agresión--en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar,
zaherir, hasta el de violar, desgarrar y matar--se presente siempre como significado
último. El verbo denota violencia, salir de si mismo y penetrar por la fuerza
en otro. Y también, herir, rasgar, violar -cuerpos, almas, objetos-, destruir.
Cuando algo se rompe, decimos: "se chinga". Cuando alguien ejecuta un
acto desmesurado y contra las reglas, comentamos: "hizo una
chingadera".
La idea de romper y de abrir reaparece en casi todas las
expresiones. La voz está teñida de sexualidad, pero no es sinónimo del acto
sexual; se puede chingar a una mujer sin poseerla. Y cuando se alude al acto
sexual, la violación o el engaño le prestan un matiz particular. El que chinga
jamás lo hace con el consentimiento de la chingada. En suma, chingar es hacer
violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere,
desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo
ejecuta.
Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por
oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el
macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el
exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico
del primero y la impotencia de la otra. La idea de violación rige oscuramente
todos los significados. La dialéctica de lo cerrado y Io abierto se cumple así con
precisión casi feroz.
El poder mágico de la palabra se intensifica por su
carácter prohibido. Nadie la dice en público. Solamente un exceso de cólera,
una emoción o el entusiasmo delirante, justifican su expresión franca. Es una
voz que sólo se oye entre hombres, o en las grandes fiestas. Al gritarla,
rompemos un velo de pudor, de silencio o de hipocresía. Nos manifestamos tales
como somos de verdad. Las malas palabras hierven en nuestro interior, como
hierven nuestros sentimientos. Cuando salen, lo hacen brusca, brutalmente, en
forma de alarido, de reto, de ofensa. Son proyectiles o cuchillos. Desgarran.
...
La palabra chingar, con todas estas múltiples
significaciones, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras
relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas, para el mexicano la
vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado. Es decir, de humillar,
castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como
combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles.
Los fuertes, los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables se rodean de
fidelidades ardientes e interesadas.
La voz tiene además otro significado, más restringido.
Cuando decimos "vete a la Chingada" enviamos a nuestro interlocutor a
un espacio lejano, vago e indeterminado. Al país de las cosas rotas, gastadas.
País gris, que no está en ninguna parte, inmenso y vacío. Es una palabra hueca.
No quiere decir nada. Es la Nada.
Después de esta digresión sí se puede contestar a la pregunta
¿qué es la Chingada? La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la
fuerza. El "hijo de la Chingada" es el engendro de la violación, del
rapto o de la burla. Si se compara esta expresión con la española, "hijo de
puta" se advierte inmediatamente la diferencia. Para el español la
deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se entrega, una
prostituta; para el mexicano, es ser fruto de una violación.
La Chingada es la Madre violada. La Chingada es aún más
pasiva... no ofrece resistencia a la violencia, es un montón inerte de sangre,
huesos y polvo. Su mancha es constitucional y reside, según se ha dicho más
arriba en su sexo. Esta pasividad abierta al exterior la lleva a perder su
identidad: es la Chingada. Pierde su nombre, no es nadie ya, se confunde con la
nada, es la nada. Y sin embargo, es la atroz encarnación de la condición
femenina.
Si la Chingada es una representación de la Madre violada,
no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no
solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias. El
símbolo de la entrega es doña Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella
se da voluntariamente al Conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la
olvida, Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias,
fascinadas, violadas o seducidas por 103 españoles. Y del mismo modo que el
niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el
pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. Ella encarna lo abierto,
lo chingado, frente a nuestros indios, estoicos, impasibles y cerrados.
Cuauhtémoc y doña Marina son así dos símbolos antagónicos y complementarios. Y
si no es sorprendente el culto que todos profesamos al joven emperador
-"único héroe a la altura del arte", imagen del hijo sacrificado-,
tampoco es extraña la maldición que pesa contra la Malinche. De ahí el éxito
del adjetivo despectivo "malinchista", recientemente puesto en
circulación por los periódicos para denunciar a todos los contagiados por
tendencias extranjerizantes. Los malinchistas son los partidarios de que México
se abra al exterior: los verdaderos hijos de la Malinche, que es la Chingada en
persona. De nuevo aparece lo cerrado por oposición a lo abierto.
Nuestro grito es una expresión de la voluntad mexicana de
vivir cerrados al exterior, sí, pero sobre todo, cerrados frente al pasado. En
este grito condenamos nuestro origen y renegamos de nuestro hibridismo.
Por eso la tesis hispanista, que nos hace descender de
Cortés con exclusión de la Malinche, es el patrimonio de unos cuantos
extravagantes -que ni siquiera son blancos puros-. El mexicano no quiere ser ni
indio, ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma
en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la
nada.
(Fragmento de “El
laberinto de la soledad” de Octavio Paz)