martes, 4 de junio de 2013

Lectura 4, parcial 3

Fábula de Alejandro Jodorowsky

En una playa perdida junto al mar Caribe, un indígena vivía de la pesca. En las noches, solitario, mirando la luna, se preguntaba: “¿Por qué no tengo una mujer como los otros. 

Quiero una compañera simple y a la vez brillante. La quiero humana y también diosa. Deseo que en la noche oscura ilumine mi camino”. Para pasar el tiempo, plantó sandías. Crecieron enormes. Las cargó en su burro y fue a venderlas al mercado de un pueblo. A mediodía llegó un hombre moreno acompañado de una extraña mujer: a pesar de ser joven, sus cabellos eran plateados. El indígena exclamó, admirado: “¡Raro es el cabello de tu mujer!” El moreno le respondió: “Más extraño su corazón, porque también es plateado”. El indígena le preguntó: “¿Dónde nacen mujeres tan maravillosas?”. El otro le dijo: “En un pueblo de brujos, detrás de las montañas. El que se casa con una de ellas alcanza la paz, el amor, la sabiduría, la prosperidad”. Y no quiso decir más. El indígena exclamó: “¡Encontraré una mujer así!”. Y abandonando su burro y sus sandías fue a las montañas. Escaló, bajó, atravesó valles, bosques, desiertos, miles de aldeas. Buscó durante años. Le creció el cabello, la barba, se cubrió de harapos, adquirió expresión de loco. Los campesinos se rieron de él. “¡Ja, ja, busca una mujer con el corazón plateado!”. Nunca la encontró.   

Decepcionado, volvió a su playa para vivir desnudo comiendo sólo almejas. Un día vio bajar a una mujer por el cerro. ¡Tenía la cabellera plateada! Cuando llegó junto a él, le dijo: “Me envían los brujos porque lo has dejado todo por mí. Te pertenezco.” Él gruñó: “No creo que tus cabellos sean reales: te los has pintado. ¡Y tu corazón ha de ser rojo! ¡Te desenmascararé!” Bruscamente le hundió un cuchillo entre los senos para abrir un surco y extraerle el corazón. ¡Era plateado! Gritó: “¡He recuperado la fe! ¡Lograré por fin la paz, el amor, la sabiduría y la prosperidad!” Pero ya era tarde, la mujer estaba muerta.



Lectura 3, parcial 3

Cuentos de Nasrudín

Mulla Nasrudín, tras haber sufrido los reveses de la fortuna, se ve con la obligación de vender la casa que heredará de su padre. Aprovechándose de la situación, un hombre sin escrúpulos le propone un precio irrisorio. Nasrudín se da perfecta cuenta de que se las tiene que ver con un ladrón, pero acepta poniendo una pequeña condición:
-¿Cuál?
-¡Como puede usted ver , en esta pared hay un clavo!… Este clavo fue de mi padre quien lo puso y es el único recuerdo que me queda de él. Le vendo esta casa, pero deseo seguir siendo propietario del clavo. ¡Si está conforme con esta condición, acepto su oferta!… ¡Tendré evidentemente, derecho a colgar de él todo lo que me plazca!
El comprador se tranquiliza pensando que un clavo en una casa no es gran cosa. Le pregunta a Mulla:
-¿Vendrá usted a menudo?
-No, no, a menudo no…
No viendo ningún problema el comprador aceptó la cláusula, firman el contrato de venta ante notario en el que se específica que Nasrudín es el propietario del clavo y que puede hacer lo quiera con él. El nuevo propietario toma posesión del lugar y se instala en él con toda su familia hasta que un buen día se presentó Nasrudín.
-¿Puedo ver mi clavo?
-¡Por supuesto! ¡Pase! – responde cordialmente el propietario.
Mulla entra y se recoge profundamente delante del clavo y luego vuelve a irse.
Algunos días más tardes, regresa con un pequeño cuadro en el que hay la foto de su padre.
-¿Puedo ver mi clavo?
El propietario le deja entrar y Nasrudín cuelga el cuadro (cláusula obliga)
La vez siguiente, llega con un manto y una túnica.
-Estas son ropas que pertenecieron a mi padre. ¡Quisiera colgarlas en mi clavo! – Le dice al propietario ligeramente irritado.
Pero, un buen día, Mulla se presenta ante la puerta arrastrando detrás de sí el cadáver de una vaca. El comprador, estupefacto, le pregunta:
-Pero ¿qué viene hacer aquí con ese cadáver?
-¡Está claro, vengo a colgarlo en mi clavo!…

Cosa que hace al instante, sordo a las súplicas del comprador estupefacto. La policía, llamada al lugar del litigio, le da la razón a Nasrudín a la vista del contrato. El cadáver empieza a pudrirse para gran desesperación del imponente propietario. Al cavo de un cierto tiempo, Nasrudín vuelve con otro cadáver que cuelga del mismo clavo. La pestilencia es tal que el propietario se ve obligado a huir del lugar. Y así fue como Nasrudín recuperó su casa.

domingo, 2 de junio de 2013

Lectura 2, parcial 3

Himno a la celulitis
Enrique Serna


Deja la carne dura
para el recio colmillo de las fieras
y cata la blandura
de las asentaderas
que tiemblan como líquidas esferas.

Ignora las mudanzas
del gusto popular y rastacuero.

Sigue las enseñanzas
de Rubens y Botero
en materia de busto y de trasero.

Si el vulgar desatino
del firme glúteo idolatrar te abruma,
recuerda que previno
la hija de la espuma
a batallas de amor nalgas de pluma.


¡Oh encanto de la gorda
pierna con robustez elefantina
que en grasa se desborda!
¡Oh majestad divina
del muslo rebozado en gelatina!

¡Oh esponjas del deseo,
colchón para los huesos de la amada,
de los ojos recreo,
de los dedos almohada,
cremosa invitación a la nalgada!

Mueran las saltarinas
esclavas del aerobics y las dietas,
Jane Fonda y sus cretinas,
desnalgadas atletas
sin gracia, sin sabor, sin sal, sin tetas.

Vivan las perezosas
sacerdotisas del esfuerzo nulo
que dejan las odiosas
fatigas para el mulo
son felices sin mover el culo.

 Lectura 1, parcial 3


"EL PRINCIPITO"

CAPÍTULO XII  

ANTOINE DE SAINT- EXUPÈRY


El planeta siguiente estaba habitado por un bebedor. Fue una
visita muy corta, pues hundió al principito en una gran melancolía.

-¿Qué haces ahí? -preguntó al bebedor que estaba sentado en
silencio ante un sinnúmero de botellas vacías y otras tantas
botellas llenas.

-¡Bebo! -respondió el bebedor con tono lúgubre.

-¿Por qué bebes? -volvió a preguntar el principito.

-Para olvidar.

-¿Para olvidar qué? -inquirió el principito ya compadecido.

-Para olvidar que siento vergüenza -confesó el bebedor bajando la cabeza.

-¿Vergüenza de qué? -se informó el principito deseoso de ayudarle.

-¡Vergüenza de beber! -concluyó el bebedor, que se encerró nueva y definitivamente en el silencio.

Y el principito, perplejo, se marchó.

"No hay la menor duda de que las personas mayores son muy extrañas", seguía diciéndose para sí el principito
durante su viaje.