Lectura 1. (TLR)
Idea Profunda N.° 10
La gramática
estrato de conciencia
que lleva a la belleza

... Entonces, cuando esta mañana, añadiéndose al
rollazo habitual de una clase
de literatura sin literatura y de una clase
de lengua sin inteligencia de la lengua,
he experimentado un sentimiento extraño,
inclasificable, no he podido contenerme.
La profesora estaba tratando el epíteto, con el pretexto de que en nuestras
redacciones brillaba por su ausencia “cuando deberíais ser capaces de emplearlo
desde tercero de primaria”. “Alumnos tan incompetentes en gramática
como vosotros, desde luego, es como pa’
pegarse un tiro”, ha añadido luego, mirando especialmente a Achille Grand-Fernet.
No me cae bien Achille, pero tengo que decir que estaba de acuerdo con la
pregunta que le ha hecho a la profesora.
Creo que se imponía algo así. Además,
que una profesora de letras diga pa’ en
lugar de “para”, a mí me choca, qué queréis
que os diga. Es como si un barrendero se
dejara sin recoger del suelo las bolas
de pelusa de polen. “Pero la gramática,
¿para qué sirve?”, le ha preguntado Achille. “Deberías saberlo”, le ha
contestado doña Me-pagan para-que-os-lo-enseñe. “Pues no”, ha replicado Achille
con sinceridad, por una vez, “nadie se ha
tomado nunca la molestia de explicárnoslo”. La profesora ha dejado escapar un largo
suspiro, en plan “encima tengo que tragarme estas preguntas estúpidas”, y ha respondido: “Sirve para hablar
bien y escribir bien”.
Entonces he creído que me iba a dar un infarto.
Nunca había oído tamaña ineptitud. Y con esto no quiero decir que no sea verdad,
digo que es una ineptitud como una casa. Decir a unos adolescentes que ya saben
leer y escribir que la gramática sirve para eso, es como decirle a alguien que
se tiene que leer una historia de los cuartos de baño a través de los siglos para
saber hacer bien pis y caca. ¡No tiene sentido! Si todavía nos hubiera demostrado,
con ejemplos, que hay que saber ciertas
cosas sobre la lengua para utilizarla bien, entonces bueno, por qué no, puede ser
una base para empezar. Por ejemplo, que
saber conjugar un verbo en todos los tiempos te evita cometer errores gordos
que te avergüenzan delante de todo el mundo en una cena mundana (“Hubiera veído
esa película que comentáis, si no me
habrían aconsejado antes que no
lo haciese”) O que, para escribir como
es debido una invitación para unirse a una pequeña orgía en el castillo de Versalles,
conocer las reglas de concordancia entre sujeto y verbo puede resultar muy
útil. De esta manera uno se ahorra torpezas como ésta: “Querido amigo, si esa
gente que usted y yo conocemos quisieran venir a Versalles esta noche, me
complacería mucho recibirlas. La Marquesa de Grand-Fernet”. Pero si la señora
Magra se cree que la gramática sólo sirve para eso... De niños hemos sabido
conjugar un verbo antes de saber siquiera que se trataba de un verbo. Y, si
bien el saber puede ayudar, no creo sin embargo que sea algo decisivo.
Yo, en cambio, creo que la gramática es una
vía de acceso a la belleza. Cuando hablas, lees o escribes, sabes muy bien si has
hecho una frase bonita, o si estás leyendo una. Eres capaz de reconocer una expresión
elegante o un buen estilo. Pero cuando se estudia gramática, se accede a otra
dimensión de la belleza de la lengua. Hacer gramática es observar las entrañas de
la lengua, ver cómo está hecha por dentro, verla desnuda, por así decirlo. Y eso es lo maravilloso, porque te dices: “Pero
¡qué bonita es por dentro, qué bien formada!”, “¡Qué sólida, qué ingeniosa, qué
rica, qué sutil!”. Para mí, sólo saber que
hay varias naturalezas de palabras y que hay que conocerlas para poder utilizarlas
y para estar al tanto de sus posibles compatibilidades, hace que me
sienta
como en éxtasis. Me parece, por ejemplo, que no hay nada más bello que la idea
básica de la lengua, a saber: que hay nombres y verbos. Sabiendo esto, es como si
ya te hubieran enunciado la esencia de todo. Es maravilloso, ¿no? Hay nombres,
verbos...
Para acceder a toda esta belleza de la lengua
que la gramática desvela, ¿quizá también haya que ponerse en un estado de
consciencia especial? A mí me da la sensación de que puedo hacerlo sin esfuerzo. Creo que fue cuando
tenía dos años, al oír hablar a los adultos, cuando comprendí, esa vez y ya
para siempre, cómo está hecha la lengua. Las lecciones de gramática para mí
siempre han sido meras síntesis a posteriori o, como mucho, precisiones
terminológicas. ¿Se puede enseñar a los niños a hablar bien y a escribir bien
estudiando gramática si no han tenido esta iluminación que tuve yo? Misterio.
Mientras tanto, todas las señoras Magra de la Tierra harían mejor en preguntarse qué música tienen que poner a los
alumnos para que puedan entrar en trance gramatical.
Así que le he dicho a la profesora: “Pero ¡qué
va, eso es totalmente reductor!”. Se ha hecho un gran silencio en la clase porque
normalmente yo no suelo abrir la boca y porque
le había llevado la contraria a la profesora. Me ha mirado sorprendida y
luego ha puesto mala cara, como todos los profes cuando notan que las cosas se
complican y que su clasecita facilita sobre el epíteto bien podría convertirse
en tribunal de sus métodos pedagógicos. “¿Y qué sabrás tú de esto, señorita
Josse?”, me ha preguntado con tono acerbo. Todo el mundo contenía la respiración.
Cuando la primera de la clase no está contenta, es malo para el cuerpo docente,
sobre todo cuando se trata de un cuerpo tan gordo, así que esta mañana teníamos
película de suspense y número de circo, programa doble por el mismo precio: todo
el mundo aguardaba para ver el resultado del combate, con la esperanza de que
sería sangriento.
“Pues bien, habiendo leído a Jakobson, se antoja
evidente que la gramática es un fin y no sólo un objetivo: es un acceso a la estructura
y a la belleza de la lengua, y no sólo un chisme que sirve para manejarse en
sociedad”. “¡Un chisme! ¡Un chisme!”, ha repetido la profesora con los ojos exorbitados.
“¡Para la señorita Josse, la gramática es un chisme!”
Si hubiera escuchado bien mi frase, habría comprendido
que, justamente, para mí la gramática no es un chisme. Pero creo que la referencia
a Jakobson le ha hecho perder los papeles por completo, sin contar que todo el
mundo se reía, incluso Cannelle Martin, sin comprender nada de lo que yo había
dicho, pero sintiendo que una nubecita negra llaneaba sobre la foca de
la profesora de lengua. Por supuesto, como os podréis imaginar, nunca he leído nada
de Jakobson. Por muy superdotada que sea, prefiero los cómics o la literatura.
Pero una amiga de mamá (que es profesora de universidad) hablaba ayer de Jakobson
(mientras hablaban, a las cinco de la tarde, ventilándose una botella de vino tinto
y un buen pedazo de queso camembert). Y de repente esta mañana se me ha venido
a la cabeza.
En ese momento, al ver que la jauría de perros
enseñaba ya los colmillos, he sentido compasión. Compasión por la señora Magra.
Además, no me gustan los linchamientos. Nunca honran a nadie. Por no hablar ya
del hecho de que no me apetece en absoluto que alguien venga a hurgar en mi
conocimiento de Jakobson y empiece a sospechar sobre la realidad de mi cociente
intelectual.
Por eso he dado marcha atrás y me he callado. Me he tenido que quedar dos horas
más en el colegio castigada, y la señora Magra ha salvado su pellejo de profesora.
Pero al marcharme de clase, he sentido que sus ojillos inquietos me seguían hasta
la puerta.
Y, camino de mi casa, me he dicho: desdichados
los pobres de espíritu que no conocen ni el trance ni la belleza de la lengua.
Fragmento del capítulo "Idea Profunda N.° 10" del libro "La elegancia del erizo" de Muriel Barbery